¿Cómo empezó todo? ¿Donde surgió el germen de esta aficción?
En el verano de 2015, en nuestras vacaciones de verano en Islantilla, decidí alquilar un kayak para ver las sensaciones que tenía. Ya sabéis que tuve que dejar la btt por razones médicas y estaba buscando un deporte para poder practicar, disfrutar y evadirme.
Después del bautizo de mar en el sur, decidí no interrumpir las buenas sensaciones que tuve. Así en agosto de 2015, alquilé en varias ocasiones un kayak autovaciable en la playa de Cabío, en A Pobra del Caramiñal. Eran kayaks muy básicos, pero con la ventaja que ya tenían respaldo y no te dejabas la espalda en el intento.
Incluso en alguna de las salidas traté de trasmitir mi entusiasmo a mi hija, que lo cogió con mucho gusto al principio. Las salidas eran cortas, costeando y disfrutando del litoral de la ría de Arousa.
Los titubeos iniciales, la búsqueda de nuevas sensaciones, se convirtió en una realidad cuando a finales de agosto y, en solitario, decidí atravesar la ría de Arousa y llegar hasta la isla. Era el primer reto con una piragua de alquiler.
Ese día el desembarcar en la playa de la Isla, recorrer el litoral, acercarme al faro, parar y tomar una bebida isotónica con unas vistas magníficas, me cautivó. Se había sembrado el germen y ya era imparable.
Me di cuenta de las posibilidades que tenía. La posición me favorecía, ya que vas sentado y no tienes que mover las piernas, que es lo que me perjudica. Y todos los sitios que tenía por descubrir
Pasó el verano y, en lugar de olvidar el tema, empecé a dar vueltas a la posibilidad de buscar un kayak, bien comprarlo o alquilarlo. Mientras daba vueltas a la idea, un compañero de trabajo a la par que amigo, me embarcó en la aventura de bajar desde Pontecesures a Catoira, en un kayak hinchable de dos plazas que tiene.
Lo pasamos genial, a pesar de las dificultades técnicas que tuvimos en la bajada, paleando sin estar compenetrados y girando continuamente corriente abajo.
El tiempo todavía era bueno, de ahí la indumentaria, y el paseo fue una maravilla.
La desembocadura del río Ulla en la ría de Noia-Muros es una maravilla. No es extraño que decidiera que había encontrado el deporte que quería practicar.
Y después de las navidades, cuando estaba buscando comprar un kayak de segunda mano asequible, me sonrío la suerte. Mi madrina Pochecha y, mi padrino Adrián que en paz descanse, decidieron hacerme el regalo de mi vida: una kayak de travesía Prijon Dayliner XL, como el que veis en la imagen de abajo. Una maravilla, de 4'20 metros de eslora y dos tambuchos para cargar material.
Pero debido a una operación para ponerme un implante medular para controlar el dolor tuve que esperar unos meses para estrenarlo. En la fotografía inferior llegando al puente de Noia sobre la ría,
Mi primera salida emocianante fue por la desembocadura del río Tambre, desde la central del mismo. Ya habíamos realizado un cursillo de salvamento con el kayak en el embalse de Beche y tenía unas nociones básicas de qué hacer en caso de vuelco.
Era principios del verano de 2016, con buen tiempo, buena temperatura y salía sin cubrebañeras, sólo con la camiseta, el bañador y el chaleco. En la fotografía inferior llegando al puente de Pontenafonso.
Después me empecé a aventurar en territorio "conocido", zonas de la ría donde habíamos estado muchas veces en las playas. Pero la cosa cambia mucho cuando te metes mar adentro. Me di cuenta que había otro factor importante en este deporte: el estado del mar. No controlaba nada de corriente, ni mareas, ni oleaje.
Y descubrí la página de windguru, donde la información de mareas, nudos, oleaje es muy completa. Asi pude aventurarme a cruzar la ría de Noia, desde la playa de Bao hasta la isla de Creba. Fue toda una experiencia.
Poder desembarcar en playas no accesibles desde tierra, fue un plus para aumentar mi entusiasmo con el kayak
No todas las salidas fueron plácidas. El día que crucé desde la praia das Cunchas a la isla de Cortegada, lo pasé bastante mal por el oleaje y por el viento en contra que tuve en el viaje de regreso. Aquel día me di cuenta que en el mar había que tener todos los factores previstos de antemano.
Había que buscar alternativas para los días que el mar estuviera imposible para la navegación. Y lo primero que descubrí fue el embalse de Portodemouros, a unos 45 minutos de Santiago de Compostela.
Y descubrí todo un mundo de paz y tranquilidad. Un lugar donde el hombre no es más que un invitado de piedra. Donde puedes recorrer kilómetros a la redonda sin ver a nadie, en paz y comunión con la naturaleza, viendo cormoranes, patos salvajes y algún jabato despistado.
Me permitió recorrer toda su extensión, todos los reculajes y ríos que desembocan en él, aunque el río principal es el Ulla.
El verano tocaba a su fin y empezaba el mal tiempo, el frío y las lluvias tan habituales en Galicia.
Y así un año después de nuestra primera salida juntos, volví a enganchar a mi amigo Antonio y lo llevé una tarde a navegar juntos por el pantano.
Quedó maravillado por el sitio. Además esa tarde rodeamos la isla de Altura, una pequeña zona de tierra que quedó emergida cuando se llenó el pantano y que figura como coto privado de caza.
Me permitió además hacerme fotos en el kayak.
Poder remontar el río Ulla en el pantano hasta donde es navegable, hasta donde no se puede continuar porque la tierra invade el lecho del río, merece la pena cualquier esfuerzo.
Surcar estas aguas en días de bruma, grises, con frío pero con el agua como un espejo, cortando la proa del kayak el agua como un cuchillo.
Al empezar a acortarse los días, cada vez se hizo más difícil salir por las tardes, ya que los días eran cada vez más cortos y fríos. Al uso del cubrebañeras, se añadió el neopreno y el cortavientos. Pero la ilusión era la misma.
Algún día modifiqué el punto de partido en el embalse. En vez de partir del propio embalse, embarqué donde cruza el ferry y aproveché a la vuelta para atajar hacia Santiago.
Para no caer en la rutina, decidí explorar otros ríos, otros territorios. No siempre las exploraciones salieron bien. El día que decidí ir al Tambre a bajar desde Pontemaceira, exploté la rueda del coche y no pude navegar mas que 500 metros, debido al poco caudal del agua y la cantidad de rápidos que había.
Con mi afán de explorar iba cambiando de lugar siempre que podía. En un gran día de sol y mar, cumplí uno de los sueños de mi vida. Salí de la playa de O Pindo, me adentré en el mar para ver la cima de A Moa y me adentré por la desembocadura del río Xallas.
Y una de las experiencias más impresionantes: ver la cascada de Ézaro, la única en Europa que termina en el mar, desde el agua.
Y, de vuelta, ver la puesta de sol sobre el Monte Pindo, el Olimpo de los Dioses.
Y más retos y sueños cumplidos. Salir de la playa fluvial del río Lérez, en Pontevedra, cruzar por debajo de todos los puentes que unen la ciudad y salir a la ría.
Llegué la isla de Tambo, en medio de la ría, donde según las fuentes oficiales no se puede desembarcar, ya que está bajo jurisdicción militar. Caso omiso, el mar es de todos.
Y de vuelta ver los hórreos de Combarro desde el mar, desde donde todas las guías de turismo te recomiendan verlos. Ese día entendí el por qué.
Otro reto era recorrer parte del territorio del Parque Nacional de las Islas Atlánticas. Ya había intentado previamente ir a la isla del Faro en un día de mala mar y tuve que abortar. Así que esperé al día propicio e hice la ruta a las tres islas: A Rúa o del Faro, Guidoiro pedregoso y Guidoiro Areoso.
Y pude desembarcar en la perla de la ría de Arousa, la perla caribeña como la llama mucha gente debido al color turquesa de sus aguas en verano, Guidoiro Areoso. No se trata más que un pequeño islote cerca de la Isla de Arosa.
Aprovechar a ver la puesta de sol desde el mar. Hay pocos momentos tan mágicos en la vida, así que hay que aprovecharlos.
También hubo que renunciar a proyectos por el mal estado del mar. El día que elegí para dar la vuelta a la Illa de Arousa, hacía muchísimo viento, por lo que decidí cambiar de planes. Me fui a Arcade (Pontevedra) y remontar el río Verdugo. Pasé por debajo del puente de PonteSampaio.
Me adentré tierra adentro por los meandros del rio.
Y descubrí sitios idílicos, donde la gente vive de cara al río.
El camino por el río Verdugo terminó poco después de pasar por debajo de este antiguo puente.
Como la jornada era propicia, por tiempo y temperatura, me aventuré en la ría de Vigo, acercándome a la isla de San Simón.
Allí se encuentra la estatua del Capitán Nemo, que desafía a temporales y cormoranes.
Y me acerqué para ver la imponente silueta del puente de Rande, que cruza desde hace décadas la ría de Vigo y se encuentra en este momento en ampliación.
De vuelta, una vista panorámica de la isla de San Simón.
Y la última salida del año, el día 29 de diciembre, ¡quién lo iba a decir! Embarqué en la playa de A Madalena, en Cabanas, y subí por el río Eume hasta el centro de interpretación, que es la zona navegable.
Para recorrer después la ría de Ares, costeando en todo momento y recorriendo un montón de playas desconocidas.
Llegué hasta la Illa Mourón donde se abre la playa de Ares.
Bueno y para el año 2017 mucho más, pero nunca mejor, porque eso es imposible.
Feliz año a todos.
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