PARQUE NACIONAL DE CHOBE (BOTSWANA)


No os asustéis que no os voy a morder! Es lo que debía pensar el cocodrilo que nos dio la bienvenida en Botswana, donde se sitúa el Parque Nacional de Chobe.
El Parque Nacional de Chobe toma su nombre del río que delimita su frontera norte, y que ejerce también de frontera entre Botswana y Namibia en esta parte del país. Nada más llegar nos subieron en un crucero para recorrer el río Chobe y ver el anochecer de África, toda una experiencia.
Nos alojamos en el Hotel Cresta Mowana Lodge, un hotel estilo safari, que estaba a una distancia corta de la entrada al parque nacional. El Parque de Chobe está situado al norte del país, y a tan solo 60 kilómetros de Cataratas Victoria, y tiene una extensión aproximada de 11.700 km² protegidos desde el año 1968 en que se proclamó Parque Nacional, lo que le convierte en la tercera reserva más grande de Botsuana, por detrás de la Reserva Central del Kalahari, situada en la zona central del país y  que cuenta con 52.800 Km² y del Parque Transfronterizo de Kgalagadi, situado en el oeste de Botsuana, con sus 36.000 km² de superficie.
Lo primero que hay que tener en cuenta en una safari fotográfico dentro de un parque nacional, donde los animales están en libertad en su medio natural, es que no se puede prever lo que se va a ver.
Por supuesto, al igual que cuando se va a la montaña, hay que madrugar. Nos levantaban a las cinco de la mañana, cuando todavía era noche cerrada. Tomábamos un café para espabilarnos con algo de bollería y nos montábamos ya en los 4x4. De camino al parque, el sol empezaba a aparecer en las llanuras africanas.
El primer día de safari vimos muchos impalas, los mcdonalds de África, ya que tienen una especia de M donde la espalda pierde su santo nombre y son la comida de casi todos los depredadores. Pero había en gran abundancia. Y entre ellos encontramos un grupo de Búfalos, que grandes y con cara de mala leche. Yo no me enfrentaría a uno de éstos.
De vez en cuando nos encontrábamos alguna sorpresa, como este enorme cráneo que no podría ser de otro animal: el elefante africano, un prodigio de la naturaleza. Como podéis ver en la foto inferior, el tamaño es considerable y está lleno de cavidades para aligerar el peso. Si no sería imposible que pudieran sujetar la cabeza.
Uno se imagina África como una extensión de hierba con algún árbol perdido, pero lo que encontramos fue una pequeña selva de árboles.
El primer día se nos escondieron un poco los animales grandes por lo que nos dedicamos a disfrutar de pequeñas bellezas de la naturaleza, como este pájaro de múltiples colores.
Y por supuesto, las colecciones de impalas por todos lados, reunidos en manadas con muchas hembras y el macho "ganador".
Y mientras los búfalos a lo suyo, mientras no los molestes no hay problema.
Pudimos contemplar la lucha por la supremacía de los machos de los impalas, chocando sus cuernos. De ahí que encontramos alguno que le faltaba todo o parte de su cornamenta.
El Baobab, árbol botella o pan de mono, es uno de los espectáculos que no hay que perderse. Son árboles inmensos, con troncos enormes de diámetro, lleno de nudos. Hay una leyenda según la cual  los baobabs eran unos árboles muy presumidos, que un dios les dio la vuelta. Por ello se dice que ahora las ramas del árbol están enterradas y las raíces crecen hacia arriba.
El árbol de la fotografía superior se encontraba en la entrada del hotel y se llegaba caminando por una pequeña pista asfaltada. Como estamos en una zona protegida, a la vuelta nos salió una familia de babuinos cruzando la carretera.
Y sueltos por los aledaños del hotel, cerca del campo de golf, encontramos también familiares de "Pumba", facóqueros de la familia de los jabalíes.
El hipopótamo, a pesar de ser vegetariano y vivir casi siempre dentro del agua, es el animal que más muertes humanas produce en África. Esto es lo más cerca que estuvimos de uno. Afortunadamente para mi cabeza era de mentira.
Por la tarde del primer día salimos por el río en busca de más animales. El río Chobe divide Botswana de Namibia.
Aquí la naturaleza es espléndida, los lagartos son grandes, enormes.
Y sus familiares cercanos, los cocodrilos ni os cuento. Encontramos a éste, a la orilla del río, refrescando la boca metida dentro del barro.
Este otro estaba bastante mimetizado con el paisaje y nos costó más verlo. Yo no echaría una pelea con él.
Las orillas de los ríos en África son el lugar donde más animales se pueden observar, sobre todo en las temporadas secas ya que no tienen lagunas ni reservas de agua en otros sitios. Nosotros estuvimos al final de la temporada de lluvias y tenían agua por todas partes. Pero pudimos asistir al encuentro de unos babuinos con un impala.
Tuvimos la suerte que esta gran ave se quedó posando para nosotros durante un buen rato. Era un animal de considerable tamaño.
Y vigilándonos desde la distancia, uno de los grandes de África, el hipopótamo. No son fáciles de ver en esta época del año. Además son esquivos y cuando detectan nuestra presencia se sumergen y pueden aguantar hasta 5 minutos sin respirar.
Nos encontramos este campo de nenúfares y esta curiosa ave que, como Jesucristo, es capaz de caminar sobre las aguas debido a la forma de sus patas.
Cuenta la leyenda que cuando el creador hizo a los animales, les envió a vivir en los distintos parajes de la Tierra, como reza la leyenda. A algunos se les ordenó que se fueran a las montañas, donde los calores nunca los someterían al azote africano. A los tibios valles se fueron los gorilas, los antílopes y los leopardos. Mandó a otros que se dispersaran por las abrasadas llanuras, y en aquel infierno se establecieron las gacelas, los antílopes, los guepardos, los avestruces y otras criaturas que hablan de soportar largas sequías y duros estíos. Destinó a otro gran grupo a las selvas húmedas y abrumadoras. Solamente faltaba el destino del hipopótamo para completar la distribución de la fauna en tierras africanas. En la inapelable decisión del “Padre de los animales” le acompañaban los otros gigantes de la Creación: el elefante y el rinoceronte. Dado su apetito insaciable y considerando la enorme cantidad de alimentos que necesitan para vivir, el Creador los envió a los tres a las sabanas y a las praderas, donde el sol abrasa y es necesario deambular eternamente para encontrar las hierbas reverdecidas por las lluvias.
 Tras soportar los ardores solares sobre su piel sonrosada, hinchado como una enorme salchicha por las picaduras de los mosquitos, caminando torpemente sobre sus ridículas extremidades, resoplando de fatiga, el hipopótamo se presentó ante Dios y le dijo:
-Soy demasiado gordo para vivir en las tierras secas. El agua me libraría del peso, me defendería de los mosquitos y refrescaría mi corpachón. ¡Señor, envíame a vivir a los ríos y a los lagos!
El Creador de los animales argumentó:
-Eres demasiado grande. Necesitas mucho alimento; en los ríos vas a terminar con todos mis peces.
A lo que el hipopótamo contestó así:
-Yo te prometo, que no probaré un solo pez; saldré cada noche para alimentarme con la hierba a las praderas. Para demostrártelo, cada vez que defeque pulverizaré materialmente mis excrementos para que veas que en ellos no habrá ni una espina ni una escama
-Si cumples tu promesa, te dejaré vivir en los ríos y en los lagos de África.
Y así fue.
Esta leyenda relata el motivo por el que el hipopótamo, al defecar, esparce las heces a propulsión. Para mostrar claramente que no hay rastro de pez alguno. Como prometió. Y así poder seguir viviendo entre las plácidas aguas.
Y vimos nuestro primer elefante africano, tímido, escondido entre los árboles que poblaban las orillas del río.
Nosotros somos aficionados a la fotografía, cada uno con sus medios posibles, pero allí encontramos a verdaderos profesionales a la captura de la fotografía perfecta.
Como podéis ver en la fotografía inferior, no fuimos los únicos habitantes del río, sino que estaba plagado de pequeños barcos de exploración.
Y volvimos a disfrutar de una segunda puesta de sol sobre el río Chobe.
Pero tuvimos una segunda oportunidad ya que al día siguiente volvimos a madrugar para volver a entrar en el parque nacional. Algunos habitantes estaban todavía aletargados, como esta especie de buitre.
O estas dos ocas, que estaban recibiendo de frente la salida del sol.
En algunas ocasiones, el 4x4 se asomaba en algún mirador al río Chobe y podíamos observar la gran extensión de agua entre los dos países.
Este segundo y último día en el parque tuvimos más suerte. Vimos esta especie de zorrillos que no le quitaban la vista a los impalas.
Donde paramos para estirar las piernas, tuvimos la gran suerte de encontrarnos con este precioso pájaro, que estuvo posando un buen rato para nosotros.
Y entonces apareció ella, la jirafa, uno de los animales más majestuosos y bellos que se pueden ver en la naturaleza. Su envergadura de 5 a 6 metros de altura, no les impide tener unos andares de modelo de pasarela.
Y, por fin, cuando nos volvíamos ya hacia el hotel, aparecieron ellos, una manada de elefantes al lado del camino. Fue un momento maravilloso, los teníamos a escasos metros del coche, muy cerquita de nosotros. Ellos estaban a su aire, sin asustarse de nuestra presencia. Realmente, si alguien tiene que asustarse es el humano, que saldrá perdiendo siempre.
La diferencia entre el elefante africano y el asiático es el tamaño sobre todo, ya que el africano es mucho más grande. Y después las orejas son mucho más grandes y, según dicen en la oreja se puede ver la silueta de África.
Y un poco más adelante fue el "acabose". Nos encontramos una manada de elefantes con las crías retozando y jugando en la arena del camino.
Aquí comprobamos que cuando hay crías hay que tener mucho cuidado con las madres. Esta madre nos avisó en varias ocasiones que no le gustaba nada nuestra presencia.
Y para que veáis que la cercanía con los elefantes fue cierta, que las fotos no se hicieron con teleobjetivo, una muestra de la distancia a la que estuvimos.
Finalmente, recordar a la maravillosa gente que trabaja en el Parque Nacional de Chobe, a los guías locales, a los conductores, a todos. Siempre con una sonrisa. Que grandes.

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